Pareciera imposible tener hambre estando tan llena de su risa. Los dos eran de gustos sencillos, capaces de disfrutar de un huevo frito tanto como de una lubina a la sal, así que entraron en un restaurante de serie en la Calle Mayor. El de serie pertenecía a una cadena americana que tenía establecimientos abiertos por todo Madrid, y hubieron de esperar la habitual y enojosa cola de entrada entre libros y revistas hasta que una de las mesas (incómoda, sin vistas y sin espacio) quedase libre.
Marta quedó enfrente de Juan y junto a una pared roja, impertinente. A la izquierda, en otra mesa estrecha y con el mismo sitio para moverse como del que gozaban ellos, dos chicas jóvenes se repartían la comida: Lasaña con verduras y hamburguesa poco hecha. Marta suspiró,
—¿Qué vas a tomar, Juan? Yo, ensalada... ya estoy mayor para atiborrarme de calorías como estas dos (le susurró por encima de su carta).
—Siempre con tus dietas, Marta... ¿Cuándo vas a dejar de estar a régimen, mujer? Pero si no te hace falta...
—Ya. No me hace falta porque siempre estoy a dieta, no te digo. Déjalo, que los hombres no entendéis.
—¿No? Ya estamos. Los hombres esto, los hombres lo otro. ¿Qué es lo que no entendemos, a ver?
—Pues, no es eso. O sí. Es que sólo veis lo evidente. Lo demás, ni lo advertís.
—No te entiendo.
—Ya.
—Pues explícate.
—Es difícil.
—Ah, ¿sí? ¿Para un hombre o para una mujer?
Se miran, divertidos. Por esto, piensa Marta. Por esto, te quiero. El camarero se acerca, al fin.
—Entonces, ¿qué será?
—Ensalada y Lasaña a la boloñesa, contesta rápidamente Juan.
—Vaya, ya me has perdonado que haga dieta...
—No, es que eres muy cabezota. Así que si te empeñas en matarte de hambre... Pero de esta, no te libras. Pon un ejemplo.
—Un ejemplo, ¿de qué?
—De que los hombres no advertimos lo importante y de que las mujeres sois más listas, más intuitivas, más...
— ¡¡¡Para!!! Un ejemplo. A ver este. Las dos chicas que están aquí al lado (baja la voz). Descríbeme a una de ellas, sin mirar.
—¿Y ese capricho?
—¿No te atreves? Y, sin mirar...
—Cómo que no... A ver. Morena. Tiene pecas en el rostro. Pelo liso, en un moño. Castaño. Lleva una camisa azul y una falda vaquera. Botas rojas. Se ríe mucho y alto. ¿Qué, pasé el examen?
Marta quedó enfrente de Juan y junto a una pared roja, impertinente. A la izquierda, en otra mesa estrecha y con el mismo sitio para moverse como del que gozaban ellos, dos chicas jóvenes se repartían la comida: Lasaña con verduras y hamburguesa poco hecha. Marta suspiró,
—¿Qué vas a tomar, Juan? Yo, ensalada... ya estoy mayor para atiborrarme de calorías como estas dos (le susurró por encima de su carta).
—Siempre con tus dietas, Marta... ¿Cuándo vas a dejar de estar a régimen, mujer? Pero si no te hace falta...
—Ya. No me hace falta porque siempre estoy a dieta, no te digo. Déjalo, que los hombres no entendéis.
—¿No? Ya estamos. Los hombres esto, los hombres lo otro. ¿Qué es lo que no entendemos, a ver?
—Pues, no es eso. O sí. Es que sólo veis lo evidente. Lo demás, ni lo advertís.
—No te entiendo.
—Ya.
—Pues explícate.
—Es difícil.
—Ah, ¿sí? ¿Para un hombre o para una mujer?
Se miran, divertidos. Por esto, piensa Marta. Por esto, te quiero. El camarero se acerca, al fin.
—Entonces, ¿qué será?
—Ensalada y Lasaña a la boloñesa, contesta rápidamente Juan.
—Vaya, ya me has perdonado que haga dieta...
—No, es que eres muy cabezota. Así que si te empeñas en matarte de hambre... Pero de esta, no te libras. Pon un ejemplo.
—Un ejemplo, ¿de qué?
—De que los hombres no advertimos lo importante y de que las mujeres sois más listas, más intuitivas, más...
— ¡¡¡Para!!! Un ejemplo. A ver este. Las dos chicas que están aquí al lado (baja la voz). Descríbeme a una de ellas, sin mirar.
—¿Y ese capricho?
—¿No te atreves? Y, sin mirar...
—Cómo que no... A ver. Morena. Tiene pecas en el rostro. Pelo liso, en un moño. Castaño. Lleva una camisa azul y una falda vaquera. Botas rojas. Se ríe mucho y alto. ¿Qué, pasé el examen?
Marta mueve la cabeza, asombrada.
—Pero, ¿no te ha llamado la atención la otra?
—¿Cuál?
—La otra, la rubia, la Barbie, su amiga, ¡la tipa cañón!
Juan se encoge de hombros.
—¿Cañón? Mira que eres antigua, Marta. Ya no se dice cañón. La tía que está buena, dices. Pues no. A mí me parece más guapa la otra.
Marta se calla, y piensa, por esto. Por esto es que te quiero, maldita sea mi suerte.
Fotografía de un lugar para descansar en un pueblo de Salamanca. Sencillo y bello. Foto de María Antonia Moreno.
Comentarios
Muy buen diálogo, sí señor.
Un beso.